lunes, 29 de diciembre de 2008

Alucinaciones



Seguramente para cuando haya terminado mi testimonio, desaparecerá mi mano derecha y con ella mi deseo de continuar escribiendo...
Siento cómo la fiebre aumenta desmesuradamente y un hilo escalofriante rodea como una aureola lo poco que va quedando de mi.
Yo era un hombre que solía volver a mi pasado; de hecho mi pasado era el lugar donde yo había resuelto vivir. Las razones? pues, mi pasado estaba compuesto de infinidad de sucesos que oscilaban entre la alegría más absoluta y la tristeza más cruda, en contraste con mi presente efímero. Si tuviera que estipular tiempos, diría con justa razón retrospectivamente, de mi maestría en química hacia mi nacimiento.
Mi madre siempre decía que yo había sido la tortura más aguda y agonizante en pleno parto. De hecho, cuando mi padre me visitó en la salita, simplemente conjeturó que yo no podía ser su hijo, aludiendo que jamás había visto una monstruosidad tan perfecta.
Azarosamente el destino había barajado de manera tal que las peores probabilidades aguardaban por mi.
Siempre tuve tendencia a la melancolía y nadie podía comprender cómo era posible que encontrara la belleza en ese aspecto o mejor dicho, en ese estado.
Siendo niño podía quedar colgado durante horas observando cómo se formaban lágrimas en los ojos de mi madre a causa de su angustia, mientras me sentía caer con ellas al vacío.
Cuando mis colegas soñaban con días soleados, que permitieran disfrutar de una larga estadía en el campo, yo proclamaba la lluvia más ácida que pudiera existir para perderme en las pequeñas calles de la ciudad.
Debo confesar que mi familia siempre me consideró un bicho raro y para mis hermanos fui objeto de atracción consumando los actos más malvados.
Una vez mientras me hallaba sólo en casa con mis hermanos, repentinamente y sin mi consentimiento, resolvieron que ese día me esperaría el encierro. Me condujeron al baño más oscuro de la casa, mientras yo acompañaba obsecuentemente. A los cinco minutos arrojaron dentro un gato callejero y salvaje. El pequeño felino se mostraba furioso, al menos era lo que podía escuchar. Simplemente me mantuve sentado en un rincón sin mostrar temor alguno. Mi hermanos frustrados encontraron al abrir la puerta del baño, que el gato se hallaba en mis escuálidas piernas, gozando de una sesión de caricias.
Así fui creciendo, entre prejuicios ajenos y erróneas visiones de la realidad.
Mis amigos eran pocos, tan solo un número reducido. No vayan a creer que ellos escapaban a todo tipo de adjetivos calificativos, pues juntos eramos las cucarachas del vecindario. Veíamos el mundo como un gran laboratorio por explorar. Sonábamos obstinadamente con la idea que algún día llegarían seres superiores de alguna galaxia lejana y nos seleccionaran para dar un salto evolutivo mayor.
Lamentablemente el tiempo y una vez más la maldición de nuestros respectivos padres, hizo que la separación fuera inminente. Mis dos amigos se habían marchado muy lejos y nuevamente la soledad volvía a ser mi fiel amiga.
Jamás pude comprender ese odio. Simplemente me fascinaba el conocimiento científico y soñaba con formulas mágicas que pudieran cambiar el rumbo del mundo.
Atravesé mi adolescencia de la manera más traumática que puedan imaginar. La soledad y el silencio fueron acrecentando mi adoración por lo melancólico, por el mundo de lo siniestro, hasta teñir mi alma con el negro más puro.
Obtuve mi título universitario con medalla de honor y para ese entonces mis padres ya habían abandonado este mundo; con lo cual, sólo quedaban mis hermanos que por supuesto, ni siquiera tuvieron consideración para conmigo.
Puedo percibir la tristeza que sienten por mi, pero yo les digo a todos que sus lágrimas son mi alimento, pues estoy acostumbrado a darme grandes panzadas con ellas.
Con la parte que me correspondía de la herencia que dejaron mis padres, compré una antigua vivienda con un inmenso taller en el fondo, situada en el barrio de San Telmo. Prontamente había preparado mi estudio a la perfección. No necesitaba más compañía que mi querido y antiguo gato, ya que había dado la espalda por completo al mundo hostil.
Una noche tuve un sueño revelador, un gran sueño que guiaría mi camino hacia el éxito más rotundo. Una vez despierto me propuse realizar un diagrama y comenzar a experimentar a la perfección las formulas que vaya a saber uno de donde provenían. La fórmula llevaba por resultado un desarrollo superior en la memoria a largo plazo, posibilitando un almacenamiento de información de un modo limpido y así no caer en el olvido de nada que uno quisiera. Los ensayos con animales y especialmente con ratas que iba cazando por las noches en los basurales de las calles, habían recobrado un adelanto exitoso en mi experimento. Gracias a las teorías formuladas por el Dr. Skinner y su condicionamiento operante, me veía cada vez más próximo a lograr mi cometido. Había llegado a la etapa final, el éxito comenzaba a llenar los huecos más profundos de mi alma, cuando cometí un error fatal. Aleando ciertos elementos provoqué la pérdida y evaporación repentina de ciertos ácidos. En ese mismo momento caí dormido a causa de haberlos inhalado. A las dos horas aproximadamente desperté y busque un sitio aireado. Podía sentir mi organismo alterado y mi sistema inmunológico comenzaba a flaquear. La falta de oxígeno hacía que me sintiera inmovilizado por completo. Sorpresivamente estaba más próximo a la alucinación y había perdido mi sentido de realidad; mi conciencia se hallaba bajo un estado narcótico y podía ver que mi gato no se semejaba a un pequeño felino sino más bien a un perfecto licántropo que aguardaba al acecho.
Mientras intentaba recordar lo sucedido, veía con horror cómo ciertas partes de mi cuerpo se iban borrando repentinamente.
Comencé a sospechar que detrás de todo esto había una maldad que buscaba incansablemente mi fracaso.
Me desesperaba ver la ausencia de ciertas partes de mi cuerpo y cuanto mayor era la lucha por no recordar, la cosa se ponía aún peor. Increíblemente el experimento había tomado un camino inverso y todo parecía ser un verdadero despropósito.
El proceso fue imposible de detener y ya estaba resignado a vivir en el olvido absoluto.
Esta es mi desgracia. Quisiera poder continuar con .... Ustedes, pero siento ... siento .... siento ser tan solo un simple espectro.

Tratado sobre la envidia



Según las leyes divinas, se la identifica como uno de los pecados capitales. Lejos de toda connotación religiosa y moral, nos pertenece pues, no es más que un sentimiento inherente a nuestra raza. Ningún animal puede dar lugar a todo aquello que nos compete. Sencillamente por carecer de razón. Justamente es la razón la que nos permite diferenciar a este sentimiento venenoso, si se me permite realizar una calificación, de cualquier otro. La razón nos dicta que este sentimiento aparece, como la mayoría, manifestándose corporalmente. Si pudiera dar rienda suelta a mi imaginación, diría que es comparable con estar solo en una habitación absolutamente vacía, parado en el centro de la misma sin atención alguna a nada y de pronto, una ola de fuego invadiendo el ambiente para quemar por completo todo vestigio humano.

Sorpresiva, incalculable y muy poco predecible.

Aparece, llega hasta el lugar más recóndito del cuerpo y se mantiene allí todo el tiempo que se le antoja para finalmente escapar como el ladrón más profesional, dejando tan solo una estela de desazón.

Irrumpe como el hambre, súbitamente y salvajemente, poniendo al ser en estado de jaque. Muchas veces en jaque mate y otras tantas, obligando a la voluntad misma a enfrentarse con el rostro más feroz.

Notablemente el cuerpo acompaña esta metáfora. Daría la sensación que la temperatura corporal en esos instantes donde el sufrimiento por una usurpación impecablemente cometida, rompe estadísticamente hablando, todo tipo de variable posible. Ese fuego que nace en el centro del organismo, si existe un nomenclador que nos facilite el hallazgo, se prolonga hacia otros sitios más delicados, exigiendo una destreza excelente que permita obrar de un modo "oculto". Me refiero a los ojos... ¡Pobres ojos! Vidriera del alma. Presos de un conductor que sólo se empecina en realizar un suicidio posible. No son más que víctimas que pese a ello, buscan una contra orden que permita la exposición más reservada.

Por si fuera poco y como anteúltimo paso hacia la entrega total, el sudor comienza a reproducirse de moto tal, alterando todo tipo de discreción. Los músculos se tensan como respuesta a todo el caudal de veneno que baja del cerebro.

Luego de toda esta pobre y pequeña descripción, nos da como resultado final una posible acción.

Quisiera ser cauto en este punto, pues la subjetividad debe tenerse muy en cuenta. Sin embargo como respuestas posibles y casi universales, acompañan a esta epidemia, la bronca, la maldad, la ira, el odio, la vergüenza y finalmente la angustia.

Horrible sentimiento, el más eficaz de los venenos.

No es más que un sentimiento que puja por salir y revelar la carencia por la falta.

El deseo siniestro transformado negativamente en frustración.

Inquisidoramente fortuito y desdichado, de una u otra manera, siempre logra su cometido; el sinsabor amargo de algo que contradictoriamente nunca se tuvo, pero sin embargo se desea incansablemente hasta crucificar a la conciencia más débil e infantil

Tu llanto



Desarmándote en llanto
eres como el mar puro
bañando las sábanas
hermosa sal cristalina
formando un contorno
intento comprenderte
rompiendo tus represas
te desbordas en sollozos
frágilmente desvanecida
solo resaltan tus ojos
me tiendes tu mano sedosa
juegas conmigo a volar

Quiero ser tu ser


En la fachada de tu rostro
escondes la desfachatez
con la frialdad más bella
resignas apariencias

Tus curvas son una ironía
ácido para mis manos
desvaneciendo en la aspereza
quiero ser parte de ti


Fantaseo siendo tu ser
en la unidad mínima
sin acceso viable
a tus secretos del alma


Imperfectos humanos sensibles
intercambiando piezas sueltas
mientras allí fuera
la luna se desangra