martes, 12 de febrero de 2008

Ecos



Sus manos crispadas, denotaban un reflujo alterado de su sangre. Podía verlas claramente deformadas, gracias a una visión parcial de los hechos.


Ese estado, de alguna manera se correspondía con un presumible estancamiento en su pensar. Digamos que no podía encontrar la llave precisa que diera justo con la apertura exacta de una falta de luminosidad que muchas veces el destino niega.


Pensémoslo de este modo, comparativamente hablando, encontramos una explicación posible y es que una red de pensamientos contraproducentes para el aura de su conciencia, se iban entretejiendo unos con otros dentro de su corteza racional, formando así una fina pero pegajosa telita, por la cual ella misma, como una mosquita, se transformaba en su propia víctima.


Era tenderse en el sofá, y mirar el ángulo del techo exageradamente inflamado por una filtración de antaño. Esa humedad, se conectaba de algún modo con los fluidos que producía su corazón, lleno de sinsabores que se generaban ante cada decepción que su vida presentaba.


Un tufo a soledad flotaba en el ambiente, increíblemente podía respirarse de un modo denso y defectuoso. Qué otra manera posible cuando ya nadie llama a la puerta?


Se había perjurado no derramar ni una lágrima más por gente que no valiera la pena. Es que justamente no podía discernir entre aquellas personas que realmente eran de su importancia y las que no.


Cuando su teléfono llamó a la realidad, se sobresaltó y de un respingo se incorporó frente al artefacto, sintiendo en sus entrañas una acidez que encendía en llamas todo su cuerpo.


Temerosa y como pudo, levantó el tubo. Cuando la voz que ella tanto odiaba, dio apertura al diálogo desesperado, sus manos más que nunca se crisparon, denotando un reflujo alterado de su sangre, que violentamente pero en libertad corría perdida por la alfombra que nadie recordará…