Un día el tiempo dejó de existir, los santos fueron testigos. Entre tanta quietud, una luz nació bañando cada espacio. Un deseo, una sensación, una verdad escondida. Solo la espera fue testigo de tanto vibrar. Del sueño surgió sal, y como bruma, todo continuó con el viento. A veces la tempestad se hizo presente, y otras tantas, la calma danzó con la noche más oscura. Sin embargo, el vacío y la soledad, bebían desesperadamente llenando sus panzas glotonas. Hoy los huesos se hicieron polvo, ya nada queda de aquel instante perfecto, de aquel canto surgido del mismísimo grito imperfecto. Las sensaciones demostraron ser una cascara de nuez en el océano. De aquel océano azulado y profundo, simplemente las aguas personificaron el abandono más cruel. Cuando las buenas razones y las intenciones más realistas buscan ganar el primer premio a la bondad, los verdaderos sentires se hacen añicos en la habitación más fría.
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