Definitivamente Jacinto Morales Ferreyra había nacido para otra cosa, no se sabe a ciencia cierta si fue producto del destino o simplemente la necesidad disfrazada con cara de hereje quien arrastró a nuestro personaje al mundo del fútbol. Nacido en tierras de la banda oriental, Jacinto había mostrado desde pequeño un gran interes por la musica. Años posteriores recordará, cuando de pibe sin un mango en bolso, se acercaba a husmear los bailes que se armaban los sábados por la noche en el Pabellón de las Luces, deleitando sus oidos con las orquestas mas destacadas. Soñaba con ser un artista y salir a escena. Pero la necesidad era grande y su padre no aprobaba para nada su inclinación por el arte, todo lo contrario, en cuanto podía remarcaba más todavía que todo eso era cosa de gente rara. Asi fue sepultando lentamente su interés en algún lugar recóndito de su cabeza. Pero sólo fue un desplazamiento, ya que la llama se quedaría encendida por siempre. Un día, Jacinto acompañado por su padre, se presentó en una prueba para jugar en el Club "Los Orientales F.C."de Montevideo. El tipo encajó muy bien en el mediocampo, y arrancó en las inferiores con el número cinco en su camiseta. Jacinto había marcado muy bien su estilo. Cada vez que salía a la cancha, se engominaba de tal manera que su cabeza brillaba tanto o mas que el aluminio de su botín. En las jugadas que intervenía, sentía la necesidad de imaginar que la cancha era una pista de baile y que sus contrincantes eran bailarines que competían en un torneo internacional, con lo cual los movimientos del jugador eran de una destreza tal que la gente quedaba maravillada con su juego. Tanto se metió en el corazon de sus compañeros que al poco tiempo fue bautizado como "El Barón del medio campo". Al principio pasaba por ridículo, tal es así que una vez el técnico lo mandó a precalentar para ingresar en el campo de juego y éste comenzó a bailar por el borde de la cancha como si fuera un bailarín de ballet. Luego comprendieron que Jacinto era un aficionado al baile y pése a la verguenza que pudiera ocasionar, se fueron acostrumbrando. Incluso, la barra brava había pensado en la posibilidad de hacer figuritas de bailarines con papel de diario y tirarlas al momento de salir el equipo a la cancha para fortalecer el ánimo de nuestro número cinco. Todo era mas o menos soportable, hasta que un día a Jacinto le tocó jugar el super clásico. Ese día será recordado por todos. Las tribunas desbordaban de público y el calor castigaba sin tregua. Habían pasado veinte minutos del segundo tiempo y el marcador se mantenia en cero. Pero en una jugada el balón se pierde por la línea de fondo y los contrarios mandan todo su potencial al área. A Jacinto le tocaba marcar al siete, un tipo demasiado escurridizo. Parte el centro y el esférico cae directamente en el punto del penal, justo donde se encontraba Jacinto y su oponente, los dos en el aire se suspenden y parecen formar una sola figura, como dos cisnes siameses. El público queda hechizado con la jugada, en estado de trance, y una parte de la tribuna local queda estupefacta viendo como la desgraciada suerte de Jacinto se pierde conjuntamente con la simpatía que sentían por él, porque en ese mismo momento la pelota cae como un misil sobre la cabeza de Jacinto desviando su dirección directamente hacia el fondo de la red y dejando perplejo al golero. Ese fue el último día que se lo vió a Jacinto bailar con la pelota en sus pies por la alfombra verde. Hoy se lo puede cruzar uno por la Avenida 18 de julio, danzando en alguna comparsa por el mes de febrero, mezclando su figura entre papelitos y serpentinas, mientras el cinco brilla mas que nunca en su espalda.