Se hundía en el sofá, revolcándose en sus propios pensamientos. Su mente se debatía entre el orgullo mal herido y la real verdad. Sentía su cuerpo tensionado bajo la prision de la presión. Veía esa boca del otro lado balbucear con rigidez la intervencion justa. Hubiera querido taparse los oídos y aunque el esfuerzo fue grande, la voz de su interlocutora ingresó sin ningún impedimento. Su temperatura corporal aumentaba notablemente y sus ganas de gritar y presionar con fuerza ciega el almohadon se acercaba cada vez más a un hecho posible. Mientras tanto, nuevos pensamientos se generaban, mezclandose en imagenes hipoteticamente siniestras. Era recrear y hacer virtualmente real lo imposible. El bien y el mal danzaban en su mente como la máxima expresión en una escena representada por el Dr. Jekill y Mr. Hyde. Ya no queria escuchar, y de hecho no podía hacerlo. Se había perdido en su absurdo delirar. Qué goce le provocaba ese hecho ficticio en su mente. Era el Goce con mayúscula. Tanta furia, tanto ahogo transformado en burbujas de lava que subiendo por el conducto iban quemando su interior dejando tan solo una estela de sabor amargo. Los minutos corrían y temía lo más próximo; no alcanzar a vomitar su otra carta, aquel ancho falso que tapara tan solo un poco la jugada. Ese día sentiría la pérdida consumada, y guardaría el as debajo de su manga para un momento mejor.