viernes, 12 de septiembre de 2008

Cielo abierto

Las calles colmadas, campo de batalla. Los conductores de paraguas se empecinan en ganar terreno y dominio. Yo mientras serpenteo entre baldosas rotas, sucias e invadidas por los charcos. Ritmicamente voy moviendo mi cuerpo, evitando ser herido, mientras una lluvia ácida castiga flagelando mi piel fría. El recorrido se hace eterno y mientras pienso, cómo nadie se encargó de poner un cierre a ese cielo carmesí. La contradicción se hace inevitable, cuanto más velocidad y esmero procuro poner, los obstáculos más me frenan. Tan solo son dos cuadras, transformadas en dos años de tiempo. Mierda!! un charco ensucia mis zapatos lustrados por la mañana, y veo como la tinta mancha esa baldosa, mezclandose con el rojo de la lluvia, y se forma un contraste bellisimo. Parezco herido pero no es cierto, y las gotas colándose por mi cuerpo, empapándolo, manchándolo, provocando escalofrío y desesperación. Siento próxima la gripe y mi obsesión se acentúa. Comienzo a correr desesperadamente, perdiendo la visión a causa de mis gafas empañadas. Cruzo la Avenida, y un sentimiento de alivio nace en mi. Veo esa inmensa boca consumidora de carne caliente. Parece todo un espejismo. Me lanzo en un salto casi heroico elevándome por encima del resto, y veo las escaleras que conducen a la realidad paralela. Punto. Alguien regresa a casa herido de rutina.