martes, 2 de septiembre de 2008

Uno


Puedo considerar que mi casa era lo suficientemente cómoda para nosotros tres. Que las paredes eran altas y blancas, con algunas grietas poco perceptibles. Coincidimos de entrada. Lo mejor era un espacio libre, con pocos muebles, un pequeño sofá en el living, una biblioteca inmensa, una silla mecedora, un gran espejo en una de las paredes laterales, una cama en cada una de las tres habitaciones con su respectiva repisa, y punto. Poco contacto con las noticias del mundo exterior, nada de T.V., nada de radio. Ventanas que eran un puente de salida.
Lo difícil es la convivencia, siempre lo dije, y mucho más tratándose de convivir con un adolescente y un hombre mayor, pues los ritmos de cada uno no eran los mismos que los míos. Por ejemplo, el hombre mayor, gustaba de sentarse en el sofá, tomar un libro y leerlo hasta el final del día. En cambio, el adolescente, iba y venía constantemente; sentía manifiestamente que el encierro le sofocaba pero al mismo tiempo buscaba refugio. Y yo... que continuaba con mi vida diaria, de trabajo y estudio. Poco contacto tenía con ellos.
De todos modos, puedo decir que en el ambiente reina la armonía. Al menos reinó hasta un determinado momento. Resultó ser que una noche de esas calurosas de verano, el adolescente, trajo una mujer de su agrado y decidió instalarla en su habitación por tiempo indeterminado. Claro está que si antes resultó dificultosa la convivencia entre tres hombres, ahora la cosa se complejizaría mucho más siendo cuatro.
Todo fue pasión en la pareja y el viejo no dejaba de apreciar la escena con un dejo de recelo. Podía notarse la incomodidad que sentía, pero al mismo tiempo la fuerte atracción que ella le provocaba.
No voy a mentir, y confieso que yo también me vi afectado. Era difícil para mi levantarme por las mañanas y escuchar su viva voz cantando debajo de la ducha. Imaginar ese cuerpo desnudo abrazado por la tibieza del agua. De hecho, ya era una costumbre para mi, recostar mi oreja en la puerta y deleitarme con esa melodía. Por supuesto, era previo y necesario asegurarse que solo yo podía apreciar esa voz. Y lo mejor era espiar por la ranura de la cerradura. Yo también comencé a sentir envidia y celos. Y parecía que entre ese viejo y yo, había una suerte de plan donde el final resultaba beneficioso para todos. Porque era inminente buscar una solución.
Por aquellos tiempos los dos intentamos seducirla por todos los medios, sin importarnos las consecuencias. Intentos que sólo encontraron como resultado sentimientos de frustración.
Una mañana de abril, hallóse la mujer solitaria en la habitación. El empuje desde mis entrañas que sólo invadía mi mente era "si yo no puedo tenerla, entonces que no la tenga nadie".
Sigilosamente me moví hasta la cocina, abrí el primer cajón de la alacena y tomé el cuchillo más grande. Lentamente recorrí el pasillo hasta llegar a la puerta, tomé el picaporte y suavemente la abrí. Lo que siguió es difícil de relatar. Jamás sentí tanta repugnancia al ver una escena de esas características. Las paredes ya no eran blancas y el olor agridulce que se respiraba era insoportable. Estaba todo dicho. Estaba todo hecho. El viejo estaba condenado y ella se había marchado para siempre.
Hoy cumplo mi condena y pienso en el pasado... solo pienso.