Los discursos pobres de los enamorados infantiles que deciden subir al ring de la inmadurez absoluta, se pierden en el cansancio de la agonía pudriendo el tiempo y el espacio para regar palabras en forma de cuchillo sin filo que tan solo puede acariciar. Nosotros, pequeños espectadores dentro de la actuación, presenciamos la función que se agota en la primer escena, manteniendo la atmósfera lo más tensa posible como consecuencia de la descomposición humana. Así se complementan desde el brillo de su estallido regalando muecas rotas compradas en los anticuarios de los hechiceros con la mecha gastada. Ahí va otra gota a puro limón, direccionada exclusivamente al corazón, mientras relata abandonos de un pasado no muy lejano. Y él tan toxicamente fútil, arremete con su colmillo voraz, tan sediento de cordura. A pura cultura de la nada, la transparencia de su amor se ve tendida en la soga de la apariencia, intentando armar el símbolo de cristal que una noche de embriaguez ese pobre animal salvaje costosamente le regaló.