lunes, 10 de noviembre de 2008



La noche estaba quieta y sin embargo tus cabellos se movían. Luego de un rato al fin pude comprender que el viento estaba en vos. Despedías pensamientos que volaban por el marco de la ventana, tan humeantes, tan pesados. El día te había agotado tanto dejándote inerme y a la deriva en tu clima. De tu boca asomaba el relámpago, pero el maldito trueno estaba en mi. Igual te dejé ser y te fuiste bien suspendida en la ternura mágica del suspenso. Escondí una miga para regalarte el gran bocado sin espinas. En los sermones fatales que nuestro Dios impera a gritos, jugamos al poker de la vida apostando lo satánico de nuestros corazones hambrientos que sólo gotean. En definitiva, simplemente somos grandes jugadores que simulamos no jugar, tan solo para actuar en la realidad que tumba muñecos decapitados por la ignorancia de sentido.