Acertar con el golpe exacto justo debajo de las tres primeras costillas, sintiendo el impacto en un doble sentido, por un lado la fuerza violenta e intensiva que produce quien lo arremete, y por el otro, el quiebre y derrumbamiento que culmina con una vibracion insostenible por quien lo recibe. Metaforicamente hablando, eso mas o menos es lo que puede producir la palabra justa que descarrile, que quite por un momento casi extenso en apariencia, de la estabilidad reinante, besando la lona y escupiendo una cantidad importante de sangre que hizo acto de presencia quemando desde las entrañas, para verse tumbado y mareado. Cuando la señal llega al núcleo, le sigue un efecto dominó que arrasa con todos los esquemas posibles, sumiéndo al afectado en las aguas más profundas de la angustia, viéndose reflejado en un espejismo mientras el ahogo es tal que la asfixia termina petrificando absolutamente. Con el tiempo la roca de sal se solidifica transformando al individuo en una estatua viviente, que solo se limita a regalar lágrimas en exceso, bajandose así el telón oscuro en la conciencia. Cuando todos aplauden y piden que lo fulmine, que es hora de ganar, de obtener el triunfo final, y la campana no para de sonar pidiendo a gritos que culmine con la masacre, nadie puede darse cuenta que en realidad ni siquiera hace falta ese golpe final, pues la pelea concluyó hace tres rounds atrás. Mientras te ves caer en una red de miradas externas que solo contribuyen con hacerse humo a último momento dando lugar al desplome. Tiempo fuera.