La noche fría desafiaba suspicazmente con un viento cortante, tal era el grado de violencia, que fuertes golpes daba contra mi ventana, como olas rompiendo en las rocas. Ante esa fallida tentativa por invadir mi propio espacio, me dispuse a observar por la misma, la figura de aquella extraña mujer. Tiempo atrás, como todas las noches, ella repetía incansablemente (al menos para mi) los mismos movimientos de siempre. Yo la veía tender su ropa interior en la cuerda a la misma hora, mientras desde una pared de su departamento se dibujaban las inconfundibles sombras de colores que algún televisor proyectaba. Alguna vez y en algún momento, creí haber sido descubierto, y puedo asegurar que ese momento puntual hizo que mi corazón fuera vomitado por mi boca. Claro que, como si fuera un gato, y entre mis propias sombras había logrado escabullirme sin dejar rastros. Pero volvamos a esa noche fría. Esa última noche, casi decididamente me disponía lograr mi cometido. Fue así que me puse el piloto, agarré mi pipa sobre el escritorio, llevándola a mi boca para salir en su búsqueda. Primeramente me paré en la puerta de un edificio que daba justo frente a su casa, como un soldado en guardia, sin mutarse absolutamente por nada. De mi boca exhalaba el humo del tabaco mezclado con mi aliento. Así fue que esperé largo rato sin obtener éxito alguno, pero cuando casi estaba a punto de emprender mi regreso, aquella puerta roja se abrió y de ella asomó una cantidad de payasos, enanos, arlequines, mimos, leones, elefantes, polillas, perros, niños y ella.... Toda la calle contaminada de movimientos, ruidos, colores, risas, tristezas, gritos, y ella.... increíblemente me acerque y los dos bailamos bajo la lluvia, como parte de ese único y efímero espectáculo, que no se repetiría jamás en mi vida.