Entonces me levanto y la soga sigue al cuello, se ajusta, pero no es placer, no. Sin duda se trata de saber la asfixia, de sentirla, de reconocerla, de tomarla como propia porque el aire no se respira, porque deseo el mar, sin duda que el mar entiende, y es la clave, el mar me acompaña al oído, esas olas que irrumpen como mi llanto, como el quiebre en la vida, con la fuerza, con la tempestad que todo arrastra hacia la orilla, lo expulsa, lo deja como cosas vistas, como prendas a ponerse, a tomarlas como propias, y es ahí cuando voy levantado una por una cada una de ellas, a sabiendas que desde el momento que las tomo como tan mías, pues entonces viene la bruma, viene el viento, la luna es testigo, el aullido a lo lejos, que no es más que la sal denigrando la roca, y ya no vuelvo, pues no hay vuelta, porque cuando todo acontece, el retorno es un imposible que va creciendo, y me dejo caer, pues claro que me dejo caer, como un colchón de plumas, me voy dejando llevar, me arrastra, los secretos ya no son como tal, de mi carne, de mi sangre, la tinta se vuelve agresiva, y calamar ante el peligro, ante lo inevitable, escapa, pues vaya que escapa hacia lo más HUMANO.
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