Nuevamente ante la inmensidad del horizonte. El vacío silencioso gobierna una vez más. Volverse pequeño y desamparado. Sentir que el Puerto Central es mi garganta, y cada grito ahogado, cada palabra que flota, me sumerge hasta el fondo. No me encuentro. Haber mantenido una dirección, aumentando o disminuyendo la velocidad, y hoy ser la piedra en el camino. Estar ahí por la sencilla razón de haber caído dentro de la grieta que recubre los bordes pero sin duda alguna el núcleo florece infernalmente. Se suceden los días y las sombras se agigantan. Los fantasmas de la noche danzan impunemente ante el horror de la mirada cristalina. Del Puerto van partiendo botellas que flotan en el mar.
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