miércoles, 3 de noviembre de 2010

Profundiades




Todo sugería ser, aparentemente, una competencia. Me encontraba en un muelle, que no era muelle, sino un galpón o guardería de barcos. Detrás mío, algunas personas desparramadas por el lugar, prestaban atención a cada uno de los competidores. No conocía a nadie, y tampoco pude determinar la cantidad de gente que competiría ese día. En la largada, todos avanzaban y yo me había quedado quieto. El panorama no era muy agradable, el río era sumamente oscuro. De pronto me impulsé por los aires, de tal modo que supere la linea de los competidores, hundiéndome a fondo en la oscuridad fría. Sentí asco. En las profundidades todo era temible. Al gusto, al tacto, al oído. Enredaderas acuáticas, lodo espeso, sensaciones siniestras. Demasiado turbio. Subí a la superficie, y comencé a nadar de tal modo que mis competidores aún continuaban detrás mío. En mi hombro izquierdo un sapo enorme depositó uno de sus brazos haciendo de ese modo presión, mi cara de espanto me inmovilizo. A mi derecha unos barcos de juguete estaban anclados en la escollera. Nadé hasta uno de ellos, y mientras lo hacía pensaba como sería posible subirme siendo tan grande mi cuerpo y tan pequeño el barco. En un segundo estaba arriba caminando por los pisos de madera. Un militar salió a mi encuentro y pedí por favor que me acercara hasta la llegada. Con una sonrisa maliciosa respondió que no era posible y debía tomar un taxi. Todos llegaron, mientras yo los miraba desde aquel lugar.  

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