lunes, 22 de octubre de 2007

Dicen, que dicen.... (Capitulo I)

Mientras Mario Mercado se aproximaba a la sala de convenciones de la firma “Seúl S.A.”, una mezcla de sensaciones reinaba en todo su cuerpo; era su primer trabajo importante y él ya lo vivenciaba como una verdadera misión secreta. Hábilmente se dirigía por el conducto de aire hacia la boca que permitiría divisar la escena aunque más no fuera en forma fraccionada.
Sabía que el destino lo había puesto en ese camino y se había dado cuenta de este detalle, gracias a un sueño que había transcurrido hacía unos días atrás, donde él se veía como el gran salvador del mundo, el mecías. Con lo cual, el sueño poseía una carga importante. No era cualquier sueño… para él era un sueño revelador. Nunca se había sentido tan importante en su vida. Una vida que transcurría sin emoción alguna, salvo los domingos, cuando concurría al estadio para descargar broncas semanales. Pero jamás una emoción como ésta. Algo tan trascendente, tan humanamente imposible. Imaginaba que Seguridad y Estado Nacional, ya estaría informada sobre el plan que amenazaría contra la humanidad entera. Y justamente él se encargaría de confirmarlo.
El día anterior el Señor González, le había pedido que se reuniera con el Dr. Kim, para evaluar la gravedad de la cosa. Algo raro comenzaba a gestarse. Nunca había visto al Sr. González tan misterioso. Hablaba con cierta terminología desconocida por él, hasta ese momento. Eso le daba la pauta, que el trabajo era extremadamente sofisticado. Así fue como Mario Mercado, con su maletín en mano se reunió con el oriental. Previo a este hecho, Mario tuvo que aguardar en la sala de espera, donde sólo se encontraba la recepcionista, Señorita Liao, y él, por supuesto. En un momento dado, Mario solicitó pasar al baño, y camino al mismo, se encontraba la oficina del Dr. Kim. En ese momento, se dio cuenta que la puerta de la misma se encontraba entreabierta y del habitáculo fluía una conversación espesa. Lamentó profundamente en ese momento, no haber ido al baño con su maletín, el cuál lo proveía de elementos importantísimos a la hora de actuar. Tampoco disponía de un celular que le permitiera escribir texto. Es más, nunca dispuso de un celular en su vida. Su jefe le había prometido que en poco tiempo, la empresa iba a suministrarle uno. Pero no podía entender como habían pasado por alto tan importante detalle. Era de suma importancia que en ese momento tuviera un medio de comunicación. Finalmente apostó por su frágil memoria.

La conversación del Dr. Kim, era una mezcla entre su idioma natal y un castellano espantoso. Pero en ese fluir de palabras, Mario Mercado, apuntalaba en su mente, frases como… exprimir hasta lo último el sistema potable… Sión es el futuro de la humanidad… comienza la cuenta regresiva.
Era crucial ultimar los detalles del mismo para impedir su concreción. Su jefe, había sido claro en este punto y le pareció acertado que Mario desempeñara este trabajo.
Jamás habían confiado demasiado en él, en sus posibilidades, con lo cual, Mario se manejaba de un modo marginal dentro de la agencia. Cuando podía, accedía a realizar algún que otro trabajito extra, siempre y cuando no llamara demasiado la atención de aquellos expertos delatores que se contentaban con cantar todo aquello que no fuera visiblemente agua para su propio molino.
Pero esta vez algo había ocurrido, porque no se entendía muy bien cómo era que de la noche a la mañana, Mario fuera un eslabón importante en la cadena de investigación.
No era bien remunerado, pero sin embargo, hacía todo lo posible para salvar su honor. Dignamente se presentaba todos los días en su oficina, reflejando su historial una asistencia perfecta.
Mario no era tan iluso como todos creían; él sabía perfectamente que el motivo que generaba su estancamiento dentro de la agencia, correspondía con diversos hechos de corrupción que se venían gestando dentro de la alta cúpula y que su manera de desempeñarse no concordaba con los códigos que usualmente se manejaban allí dentro. Así y todo, a Mario le habían asignado un compañero de trabajo, lerdo y perezoso. Más de una vez tuvo que llamarlo al orden y encasillar las cosas en su lugar. Sentía que don Carlos, había sido puesto junto a él con la intención de trabar todo avance en la investigación. Además, Carlos se hacía llamar así, pero en realidad su verdadero nombre era Jael Koon, un inmigrante coreano que se había asentado en Buenos Aires, hacía unos cuatro años.
Continuará....

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